No, no les vamos a dar el teléfono de Paula Rojo, confórmense con escucharla leyéndonos un fragmento hot de La isla de los perros en su traducción original:

Dos tópicos fuertes acompañan las experiencias sexuales en el relato de Jeremy Shepherd. Por un lado, la posibilidad de la experimentación sin discriminaciones que permite el dogging, la adrenalina de la sorpresa de los encuentros con gente desconocida. Por el otro, los peligros de la vigilancia y las maneras de escaparle al control.
Esa sensación de igualdad que parece alimentar el dogging pone en juego una democracia degradada. Y es en ese sentido que Davies se convierte en un buen discípulo de Ballard, los automóviles como máquinas del deseo donde la especie humana se reproduce, pero sobre todo esa profundidad poco seria, esa especie de perversidad revolucionaria que se enfrenta a la perversidad imperante y que Daniel Davies logra captar.
De la misma forma, no es muy difícil establecer otra fuerte ascendencia de La isla de los perros, más paradigmática pero en la misma línea. Jeremy Shepherd vive obsesionado con las cámaras de seguridad que controlan toda Inglaterra. La imagen que pinta, poco a poco, de una vida vigilada constantemente por cámaras de circuito cerrado se acerca bastante a las etapas previas a ese 1984 de George Orwell. Sin caer en la cita simplista del Gran Hermano, Davies establece una relación a través del sexo con el libro de Orwell donde también la sexualidad está controlada y completamente reprimida por el Estado. Más aún, en una escena emblemática de 1984, Winston y Julia, los personajes principales, encuentran una vía de escape teniendo sexo en los bosques, al aire libre.
En una descripción rápida, La isla de los perros puede sonar como una novela banal, y sin embargo no hay nada más político que lo corporalmente político, el control de los cuerpos y deseos. El logro de Daniel Davies es mantener todos esos tópicos del libro en equilibrio, sin volcarse ni a lo completamente teórico, ni a la emoción pura, sin olvidar la diversión y también la crueldad. Sobre todo la crueldad, y la discriminación. Muchas veces es una novela porno, sí, y por lo tanto placentera, y al mismo tiempo es todo lo contrario. La pornografía, tal como la describe el narrador, es una perversidad artificiosa, más racional que animal; en La isla de los perros el cancaneo no es más que la búsqueda de una perversidad menos prefabricada, menos industrial, menos controlada. “Nuestra comunidad es versátil y dinámica; como el agua, busca grietas, espacios, canales. Es una ley de los asuntos humanos. Cuando la gente quiere hacer algo, es imposible impedírselo”.
El sexo como escape, el sexo peligroso, sexo comunitario y rebelde, pero sobre todo el sexo porque sí; la novela de Davies es sumamente excitante y seductora, aparentemente escandalosa, pero sólo lo necesario como para alimentar el lado perverso de cualquier lector y dejar en claro que todo es literatura.
0 comentarios:
Publicar un comentario