Julio Andrada es un tipo común, muy común, pero con un poco de guita. De hecho, tiene una fábrica que anda para adelante, vive en Recoleta, tiene un buen auto y unos hijos un poco chetos. Pero su origen es humilde, viene del otro lado del Riachuelo y de remarla. Cuando su viejo falleció a los 18 años, le ofrecieron su puesto en el taller de corte de caños. Se convirtió en un hijo para el dueño del taller. Lo heredó, lo hizo crecer. Y hoy viaja todos los días, desde Recoleta, derecho por la avenida Pueyrredón hasta la cancha de Huracán, dobla por Amancio Alcorta, le pega derecho hasta Pompeya, y cruza el Uriburu para ir a su empresa en Valentín Alsina.Así va, pero nunca vuelve por ahí. A la noche no siente la misma seguridad.
Un día que se va temprano, cambia la rutina y replica el camino de vuelta. Para a comer en una parrillita de Pompeya y escucha a dos camioneros hablar de que en la villa 21, la que está ahí sobre Amancio Alcorta, hay putas de menos de 18 años. Algo le pica, algo le queda flotando para que Julio, un tipo de familia, un tipo respetable, un tipo que se hizo de abajo, salga esa noche con su auto:
Oscura monótona sangre es probablemente una de las novelas argentinas más sólidas y bien escritas de los últimos años. Claro, esa frase se dice de muchos libros, por eso lo mejor es ir hasta una librería, abrirlo, y leer las primeras diez páginas ahí mismo. Es muy probable que el efecto sea inmediato. Pocas veces se ven libros que estén tan bien narrados, con una habilidad muy grande para imponer al personaje y al mismo tiempo lograr que cause repulsión, conseguir que dé lástima y produzca rechazo.
Sergio Olguín tiene una larga e interesante trayectoria, pero sobre todo promete mucha más literatura. En lugar de reseñar su vida, mejor se leen esta entrevista que es antológica.
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